En este bello mes dedicado a la siempre Virgen María (desde el 8 de noviembre hasta el 8 de diciembre), tenemos la oportunidad como Iglesia chilena de crecer en el amor y la comprensión de María.
La devoción Mariana, expresada en la piedad popular propia de nuestro pueblo, pone de manifiesto ese salir al encuentro de María con hermosos obsequios. Llevando arreglos florales, ofreciendo el Santo Rosario y la meditación de textos bíblicos. Son actos de fe y de piedad popular que indican ese bello deseo de mirar a la Madre y así aprender de ella: de su humildad y sencillez, aprender del silencio.
Cada uno de nosotros tiene una experiencia personal con María, fruto del encuentro con ella. Pero este encuentro se transforma después en encuentro comunitario, encuentro con la comunidad de fe (parroquia, familia, círculo de amigos y conocidos).
En la recta comprensión del misterio realizado en María, en cuanto acoge al verbo eterno del Padre, es siempre saludable tener en cuenta lo que enseña la rica tradición de la Iglesia. En especial modo, lo que la constitución dogmática “Lumen Gentium” del Concilio Vaticano II instruye en el número 53 donde se nos presenta la Bienaventurada Virgen y la Iglesia; podemos contemplar la persona de la Virgen María como Madre de Dios Redentor, porque ella recibió el saludo del ángel y con este saludo recibe de Dios la gracia de ser hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo.
Ella por esta acción de Dios queda unida a todos los hombres que necesitan ser salvados y, por lo mismo, es Madre de todos los miembros de Cristo, su Iglesia.
María es modelo de fe y caridad y por eso la Iglesia la considera como madre amantísima de todos.
Que nuestro amor a María nos haga crecer en sus virtudes. Que el estar con la Madre nos ayude a sentirnos amados por Dios, y que, mirando el rostro de la Madre, toquemos ese amor infinito de Dios hacia cada uno de notros que somos sus hijos predilectos.
María, enséñanos a amar, ¡así como tú lo haces!
Pastoral, Liceo Bicentenario Monseñor Luis Arturo Pérez